Sobre Mi

«Solo se que no se nada». Este lema que se le atribuye a Sócrates ha sido mi fuerza motora durante toda mi vida. En la infancia porque realmente era así y mas bien podía decir: «Solo sé que no entiendo nada»porque lo que hacían los adultos de mi alrededor me resultaba del todo misterioso. En la adolescencia me sentí frustrada y confusa pues a pesar de mi interés, las calificaciones escolares eran cada trimestre peores que las anteriores y ya en la etapa adulta el no saber me llevó a investigar, estudiar y poner en práctica todo lo aprendido para ver si funcionaba. Porque si funcionaba para mi, funcionaba para los demás.

Mi camino profesional

Me formé a destiempo en la educación memorística hasta alcanzar las siglas C.O.U y la palabrota: selectividad. Mientras tanto trabajé en diversas ramas y localizaciones. Viví en Londres desde los dieciocho años a donde fuí para aprender Teatro Musical y terminé graduandome en Hostelería y Turismo. Ya era socialmente clasificable y estar titulada me permitió trabajar en España para cumplir el sueño de un prestigioso publicista. Yo jugaba con los artículos de papelería, enviaba y recibía paquetes, hablaba por teléfono. En el contrato ponía que era Secretaria bilingüe de Alta Dirección. Así fui pasando de un puesto a otro, ganando mucho dinero siendo analfabeta en educación financiera.

Trabajé como profesora de hostelería, como camarera de piso, camarera de planta, recepcionista, vendedora de televisores, guía turística, presentadora de espectáculos, azafata de congresos y un largo etcétera que requería de alguien estéticamente adecuado, bien educado y que pudiera sonreír ante cualquier circunstancia y adversidad.

La maternidad

En uno de estos trabajos conocí a quien sería el progenitor de mis hijos, que llegaron rápidamente y según lo establecido por las normas sociales. Pero la maternidad me bajó a la tierra drásticamente, desde un punto muy elevado y más que tomar tierra, mordí el polvo. Desde el primer mes de gestación comprendí que todo esto no se trataba de fingir que era, sino de hacer el trabajo de ser. Ser autora de mi propia evolución y desarrollo. Comencé entonces un profundo viaje de estudio, reflexión, investigación mientras criaba de mis dos hijos, veía fracasar mi matrimonio y lo mas difícil: me convertía en la única persona responsable de mi y de mis circunstancias.

Convertí mi inquietud y mi necesidad en un proyecto personal y durante trece años mantuve una consulta de Kinesiología holística y Quiromasaje, que nos alimentó y me transformó en contenido y continente, en proveedora y receptora, en paciente y terapeuta, en impostora y auténtica. Aún hoy en día no sabría cómo definirme.

La constante

La primera vez que escribí en un cuaderno fué una declaración de amor a los siete años: «Hernan, te quiero, aunque no te lo boy a decir». En el colegio nos mandaban muchas redacciones y aunque yo veía que los compañeros se quejaban, a mi me resultaba una invitación muy excitante. Incluso Don Julio me dijo una vez que las redacciones no podían ser de tres folios por las dos caras, que eso era una novela y no tenía tiempo de leerlo. Mi padre me animó a escribir cartas al director del periódico y creo que publicaron una alguna vez.

Pero nadie afirmó en mi seno familiar que yo era escritora o artista o muy buena redactando. Si decían que era simpática, cariñosa y que cuidaba muy bien. Supongo que por eso hice mucho esfuerzo en ser azafata, secretaria y tener hijos.

La constante ha sido escribir. Historias, relatos, poemas, mi vida, la vida de los demás. Mi cerebro redacta renglones y renglones e incluso cuando leo estoy escribiendo en paralelo.

Hace un par de años o tres, cuando creí morir por los dolores de un tumor gigante, lo único que pensaba es que no había escrito un libro. Ese era mi mayor desasosiego a las puertas de San Pedro. Así que cuando me recuperé, escribí el libro Vigilia y muy lejos de pensar que ya puedo morir tranquila, la ansiedad se apoderó de mi. Primero porque soy ansiosa y obsesiva y luego porque he entendido que mi Tikun o misión en la vida no se reduce a un libro. Vamos a ver qué pasa.